Un mar
de rosas…
Había sido un largo día, uno más de esos que se
repetían hacía bastante ya.
Nada bueno me pasaba. Todo estaba de cabeza y
la verdad estaba agotada, físicamente, mentalmente y sobretodo espiritualmente.
Esa noche llegué a casa, congelada de frio y
empapada por aquel estúpido que antes de mirar, lanzó un baldazo de agua por la
ventana, dejándome petrificada del susto. Ni insultos me salieron porque ya
estaba acostumbrada de que todo lo que podía sucederme, pues me sucedía.
Tiritando, intenté correr las últimas calles
que me separaban de casa. Parecía una loca… empapada, el pelo escurría agua, el
maquillaje corrido, los zapatos que se me descalzaban, y la gente que no hacía
ningún esfuerzo por disimular al verme. Solo logré correr media calle, luego
desistí o encima terminaría con un tobillo quebrado, cosa muy probable,
teniendo en cuenta mi mala suerte.
Al fin llegué a la casa, abrí la puerta… largué
todo por el camino y me metí bajo la ducha caliente. Que placer!!!! Era lo
único bueno que me pasaba en el día….
No tenía ganas ni de comer… pero me hice una
taza de café caliente y cené dos empanaditas… y ya, me fui a la cama sin más.
Me costó
dormirme, pensando el porqué de tanta mala suerte. A ningún resultado llegué…
sería lo que me había tocado en suerte.
No tenía caso perder tiempo de dormir, pensando
algo que no tenía respuestas o al menos yo no había encontrado ninguna.
Puse el despertador a la 7 am. Como siempre…
apagué la luz… me arropé y cerré los ojos.
No sé cuánto habré tardado en dormirme, pero el
despertar lo recordaré siempre.
Algo me hacía cosquillas en la nariz. Eso me
despertó. Abrí los ojos, y el sol me cegó.
Sobresaltada me senté en la cama y mire alrededor estupefacta.
¿Qué rayos está pasando?- me pregunté-
¿Y ahora qué?
Mi cama estaba en medio de la nada. Bueno no
exactamente en medio de la nada, en
medio de un campo de rosas blancas, tan extenso que no podría explicarlo con
palabras.
El cielo se veía tan azul, como jamás lo había
imaginado. El perfume era... intenso,
tan intenso que embriagaba.
Estaba tan maravillada con lo que veía, que no
podía ni siquiera plantearme que hacía allí.
Mis ropas no eran las mismas con las que me
dormí, vestía una blusa blanca, casi hasta los pies.
Me bajé de la cama, y así descalza comencé a
caminar entre aquel océano de rosas.
Es indescriptible la belleza de lo que veía. ¡Cuánto
quisiera poder expresarlo con palabras!
A lo lejos pude divisar un árbol muy frondoso,
del que centelleaban pequeños cristales.
Caminé hasta allí, muy despacio, es que no
quería dañar ni un pétalo de aquellas rosas.
El sol, estaba en el punto más alto del cielo y
sus rayos caían sobre mí con una tibieza que jamás había sentido.
A medida que me acercaba, pude oír el sonido de
caireles, producido por aquellos pequeños cristales, al mecerse con el viento.
La paz que inundaba mi ser, era indescriptible.
En ese momento me dije:
Si para vivir esto, tuve que vivir lo que viví,
agradezco al cielo mi mala suerte.
Los pequeños cristales eran parte del árbol, como si fuesen sus pequeñas
florecitas, ¡Cuánta belleza mi Dios!
Pasé horas, bajo el árbol, luego estuve
caminando, observando… pero el sol jamás se movió.
Sin saber qué hacer, y sin entender lo que
estaba pasando, pensé sería mejor
regresar al lugar donde estaba la cama.
En el camino de regreso todo era distinto. Pude
ver otros árboles, los cuales antes no estaban y animalitos que tampoco había
visto antes, me observaban pasar.
Un murmullo, muy parecido al del mar, llamó mi
atención. No tuve más que mirar hacia atrás, para percatarme que mis pasos
quedaban marcados en la arena, ya que yo misma salía del mar… aunque nunca me
di cuenta, sino hasta ese momento.
Allí, donde antes estaba mi cama, me esperaba
un ser rodeado de luz. Una luz tan intensa que casi opacaba a luz del sol.
Tenía un pequeño cristal entre sus manos, un
cristal creo yo, como los que pendían de aquel árbol maravilloso, o al menos
era demasiado el parecido.
No supe que hacer, si hablar, acercarme, o que…
Pero entonces, me estiró sus manos ofreciéndome
el cristal. Quise dar unos pasos para acercarme, pero algo me movió hacia él,
sin necesidad de mover mis pies. Puso el cristal en mis manos, y sentí un
cosquilleo por todo mi cuerpo y una
emoción tan grande que jamás había sentido .Las rosas se extendían mucho más
allá de lo que pudiesen alanzar a ver mis ojos, tomando distintos colores
mientras el aroma se hacía más intenso
aún, invadiéndome por completo.
Desde atrás de aquel ser, otros seres
aparecieron, emergiendo de entre las rosas. Otros emergían del mar, a mi
espalda, otros parecían venir del sol, y todos
se unían formando un gran círculo a mí alrededor. Todos me observaban
con mucha ternura. Jamás sentí miedo, al contrario me daba mucha paz.
Se tomaron de las manos, generando entre ellos
aún más luz, quedando casi invisible la figura.
Giraban a mí alrededor tan rápido, que sentí girar con ellos, pudiendo notar que también
perdía mi forma, volviéndonos esferas de luz.
Una
energía muy fuerte me recorría entera, algo que nunca había experimentado.
Un rayo de luz violeta, muy pálida, me envolvió entera, entonces sentí que el
sueño me vencía. Luché por mantenerme despierta, para agradecerle a aquel ser,
su regalo y preguntarle quienes eran y porqué yo estaba allí, pero no pude.
Sentí que algo me sostenía y me ayudaba a recostarme.
El sonido del reloj, me despertó y nuevamente
sobresaltada quedé sentada en la cama.
Mi familia estaba allí, rodeando la cama en mi
habitación, con caras extrañas.
Yo no entendía nada.
¿Que sucede?
-Pregunté- ¿Qué hacen aquí, todos alrededor mío? ¿Es que nunca me habían
visto dormir? ¿Porque traen esas caras?
Mi madre se acercó a mí y me abrazó tan fuerte, que casi me
corta la respiración. Noté un suspiro de alivio y agradecimiento, mientras
repetía ¡gracias Dios mío, gracias!
__Hija querida que susto tan grande nos has
dado, no podíamos despertarte.
__Que exagerada mamá, si no hace ni diez horas
que me acosté, cansada, muerta diría yo… ¡pero al fin tuve una noche de
descanso! ¡Que placer dormir así y soñar tan bonito!
__ ¡Hija mía… has estado así más de 3 días!
__ ¡No mamá!… yo ayer trabajé, llegué a casa
empapada, muerta de frio y cansancio y
me acosté- Uff mira la hora que es ya,
se me hace tarde debo ya salir al trabajo.
__Hija hoy es domingo. Duermes desde el
miércoles. El jueves, no te presentaste a trabajar y me ha llamado
tu compañera Mary. Por eso vine aquí hija, y no pude hacerte reaccionar.
Los médicos no saben que te sucedía. Solo
dijeron que tus signos vitales estaban bien… como si simplemente durmieras.
Analizaron tu sangre y no había rastros de medicinas ni drogas. ¿Qué pasó hija?…
dime.
__Nada madre, ya te he dicho, solo regresé
cansada, me duché, comí algo, tomé un café y me acosté a descansar, lo
necesitaba. Tuve la noche más hermosa de mi vida. ¡Dormí tan bien!
Soñé cosas tan hermosas, que hubiese querido
seguir soñando.
__ No fue una noche hijita… dormiste desde el miércoles a la noche, hasta hoy
domingo que recién despiertas. Y que es eso que soñaste, cuéntame. Qué es ese sueño
tan bonito que dices.
Así que le conté a mi madre, aquel hermoso
sueño del mar de rosas, el árbol de los cristales y esos seres
que me dieron tanta energía y paz.
Me bajé
de la cama para vestirme, y entonces noté que no traía mi ropa de cama, sino
una blusa blanca que casi tocaba el suelo.
Me di vuelta y le dije a mi madre: ¡No estuve
soñando mamá, estuve allí!
__ ¿Qué dices hija? Preguntaba mi madre, más extrañada todavía.
Era lógico, pobre mamá, si hasta yo me dije… ¿Qué
estoy diciendo? ¿Cómo voy a estar allí? Fue un sueño. ¿Fue un sueño?
Pero ya no volví a repetirle mi pensamiento a
nadie.
Fue muy difícil explicar todo, una y otra vez. Ni
yo misma entendía lo que había pasado.
Aun no comprendo cuando pasaron eso tres días, si yo estoy segura que me acosté y desperté como siempre, con la
bocina del reloj.
Y ellos, jamás entenderán que me sucedió. Porque si, era real, era domingo, había dormido más de
tres días.
Ya todos habían salido de mi habitación, yo no salía de mi asombro. Yo sabía que esa
blusa no era mía.
Los demás detalles, como el cristal que luego
descubrí bajo la almohada, preferí
guardarlos, por miedo a pasar por loca…
El cristal,
lo llevo colgado en mi cuello hasta hoy… y mi piel, desde entonces huele a rosas.